3/28/2008

vicisitudes



En algún post anterior comenté que estoy realizando mi tesis doctoral con pacientes de UNICAR (Unidad de Cirugía Cardiovascular de Guatemala) por dos razones, la primera es porque he sido paciente de la unidad, lo que me hace reunir la experiencia necesaria para saber a ciencia cierta lo que estoy investigando y la segunda es porque estoy convencida que el ser humano como ser integral no solo se le debe abordar desde el punto de vista fisiológico sino también emocional, ya que somos una dualidad: mente y cuerpo. Por la misma razón, la cirugía per se, es causante de ansiedad para el paciente que la vive.


Durante el último mes, he tenido que desplazarme a UNICAR casi diariamente, lo que implica un coste físico: por la distancia y el cansancio que manejar implica para mi, emocional: porque he tenido que enfrentar emociones que aún me lastiman y creía que ya estaban resueltas y monetario: por el desembolso en el traslado y alimentación, aún me quedan algunos meses más, ya que solamente he contactado la mitad de la población del grupo control, y aun tengo que trabajar el grupo experimental, sin embargo, estoy convencida que va a ser un aporte interesante a la Psicología hospitalaria.


La investigación se va a llevar a cabo por comparación de dos grupos para verificar una hipótesis, hablamos de un grupo control y uno experimental. Con el grupo control (que es la fase en la que me encuentro) debo aplicar una escala de ansiedad antes de la intervención quirúrgica y una después de la misma, sin ningún tipo de intervención terapéutica por mi parte, con el grupo experimental se utiliza la misma secuencia con la diferencia que se realiza una intervención terapéutica antes de la cirugía; la hipótesis es que la intervención terapéutica en la fase pre operatoria, disminuye los niveles de ansiedad y como consecuencia, se observan menos complicaciones durante la fase postoperatoria.


Me he visto en un dilema ético: el médico tratante al entrevistar a una paciente, recién casada, de 36 años de edad, con todo el derecho, deseo humano y la ilusión de procrear hijos; le dijo con toda la sinceridad y razón, que no podía concebir hijos por los medicamentos que iba a tomar de por vida después de la operación, los cuales causan deformidades en el feto y a veces la muerte a la madre, que para evitar cualquier complicación era mejor esterilizarse; la vi bastante angustiada por la noticia, sumamente afligida, según el curso de la investigación no debía intervenir, pero me quedó un sabor amargo en la boca, me vi tentada a contarle mi historia, internamente desfilaron en mi mente las siguientes interrogantes: ¿Acaso no se trata de un ser humano con la misma aflicción que yo sentí hace algún tiempo? ¿Estaría faltando a la ética profesional al contarle detalles que pudieran brindarle esperanzas? ¿Arruinaría mi intervención la objetividad del estudio? ¿Y si las cosas no le resultaran tan favorables como a mi? ¿Y si a la postre en lugar de beneficiarla le causara una aflicción mayor de la que tenía en ese momento?, pese a mis dudas y sentimientos decidí seguir el curso de la investigación, lamentablemente su congoja va a servir para beneficiar con apoyo emocional a los pacientes que se encuentran en similares circunstancias, pero mi lucha interna ha sido bastante dura a la fecha y no solamente por ella, sino por que me he topado con otros pacientes muy afligidos que tienen el derecho de recibir palabras de aliento y esperanza.